lunes, 18 de julio de 2011

Capítulo 7

Los siguientes días los pasamos comprando cosas en la ciudad. No queríamos gastar mucho dinero, pero conmigo, eso era imposible. Todo lo que veía me lo quería llevar. Harry se reía de mí al ver la cara de loca que se me ponía cuando compraba. Me encantaba ir de compras, y Tromso no iba a ser menos. Ya que estaba en un sitio completamente diferente, tenía que aprovechar.

Cuando llegamos a la casa, dejé todas las bolsas en el salón y me tumbé en el sofá, estaba agotada. Harry me apartó las piernas y se sentó, volviendo a dejarlas encima de él. Y se quedó muy quieto, cuando vio donde tenía yo mi mano. Sin darme cuenta, había apoyado mi mano en mi barriga. Vi la cara de Harry y la aparté instintivamente.

- ¿Y si…? – preguntó él.

- Es demasiado pronto para saberlo. Ten paciencia.

- Podías ir a comprar un aparatito de esos.

- ¡Acabamos de volver de la ciudad! Si quieres mañana voy – y le hice un hueco para que se tumbara a mi lado.

- Tengo tantas ganas – y acarició mi barriga.

- Y yo, cariño. Y yo.

Me quedé dormida durante un rato. Pero un delicioso olor me despertó. Harry estaba preparando tortitas.

- ¿Tortitas? ¿A estas horas? – pregunté mientras me acercaba a la cocina.

- ¡Siempre es buena hora para tortitas! – y me dio un trozo para que las probara.

- ¡Vas aprendiendo! Están más buenas que nunca –y le di un beso antes de robar otro trozo.

- Al final seré un gran cocinero. ¡Eh! Deja algo para la cena tragona.

Cogí el chocolate y la nata y lo puse en la mesa. Cinco minutos después tenía delante de mí un plato enorme con muchas tortitas. Me puse dos y me las comí sin apenas respirar. Era una de mis comidas favoritas. Siempre que me aburría en casa, preparaba muchas y las que no me comía, se las guardaba a Harry. Poco después, ya no quedaba ni una tortita. Lo malo, o bueno, según se mire, es que solía acabar llena de nata y chocolate. Y aunque era un pringue, lo que pasaba después, lo compensaba.

La imagen que venía después era la siguiente. Platos rotos por el suelo, rastros de nata por todo el suelo hasta el dormitorio. El bote de chocolate tirado por el suelo y la cama deshecha y llena de manchas. Cuando lo vimos así, no pudimos evitar reírnos. No lo hacíamos a propósito, simplemente, no teníamos mucho cuidado.

Después de limpiarlo todo, nos metimos juntos en la ducha y nos limpiamos. Estábamos muy pegajosos, daba asco vernos, pero no nos importaba, era parte del juego. Cuando por fin estábamos limpios, nos sentamos en el sofá y pusimos algo de música de fondo.

- Ojala pudiéramos quedarnos así para siempre. Sin preocupaciones ni responsabilidades – dije pasando su brazo por mi cuello para apoyarme en él.

- Lo sé. Pero la vida sigue aunque nosotros no queramos. Pero bueno, intentemos aprovecharlo al máximo para que luego sea difícil de olvidar.

- Dudo mucho que me olvide de todo esto. Y si se me olvidan, ya estarás tú para recordármelo todo.

- Prefiero que no se te olvide. Además, presiento que habrá algo que nos lo recordará todos los días – dijo mirando mi vientre.

- Pronto lo sabremos - y le puse su mano junto a la mía sobre mi tripa. Pero de repente sonó su móvil.

- Mierda. ¿Quién será? – pero los dos sabíamos perfectamente quién era.

- No te enfades con él, no es su culpa.

- Hola Tom – dijo cogiendo el teléfono.

-

- Sí, lo sé. Sabía que ese día llegaría.

-

- ¿Tan pronto? ¿Por qué? – y me miró a mí.

-

- Entiendo. Sí, sí. No te preocupes. Ahora mismo se lo digo. Vale, Tom. Nos vemos pronto. Saluda al resto. Adiós – y colgó.

- ¿Qué te ha dicho? – pregunté mientras le cogía la mano para tranquilizarle.

- Tenemos tres días.

- ¿Solo?

- Lo siento – y me abrazó.

- Cariño, no es tu culpa. Ya sabíamos que esto acabaría algún día. No te preocupes. Aprovechemos estos días y ya está, ¿vale? – y le abracé muy fuerte.

- Vale. ¿Nos vamos a la cama?

- Buena idea.

Y nos dirigimos al cuarto cogidos de la mano. Acabábamos de recibir la noticia que ninguno de los deseaba escuchar. Nos pusimos los pijamas y nos metimos en la cama sin decir nada. Una vez tumbados, me acerqué mucho a él y le di un beso.

- No te preocupes, ¿vale? – le dije en un susurro.

- A veces odio ser lo que soy.

- Si no fueras lo que eres, seguramente no estaríamos aquí, ni te habría conocido. Así que no digas tonterías.

- Tengo mucha suerte de tenerte – dijo dándome un beso en el hombro.

- Lo sé. Ahora no serías nada sin mí – y me reí, solo quería animarle un poco.

- Toda la razón – y también se rió, aunque con menos fuerza.

- Solo serías un batería con mucho éxito y millones de chicas detrás de ti. Nada del otro mundo. Qué vida tan triste, ¿no?

- ¿Y para qué quiero todo eso si no te tengo a ti? – me dijo mirándome a los ojos. – Ahora mismo no me importa nada que no seas tú.

- Te quiero tanto – a veces conseguía emocionarme con las cosas tan bonitas que me decía.

- Te quiero desde el primer escupitajo – y también lo estropeaba muy fácilmente.

- Anda, durmamos o si no mañana no seremos personas - le di un beso y él me abrazó.

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